Tokio: El Comienzo del Viaje



Una vez que uno ha tomado la decisión acerca del destino de las vacaciones y se lanza a la búsqueda y compra de los billetes, toma en consideración el precio, los horarios de los vuelos y, en caso necesario, que las escalas den el tiempo suficiente para coger el siguiente avión pero que tampoco impliquen el pasarse un día entero en el aeropuerto intermedio. La primera lección que he aprendido de este mi primer viaje a Japón, a estas alturas de mi vida, en la que llevo ya unos cuantos destinos en mi mochila, es que también hay que fijarse en cómo se va a realizar esa escala. En mi caso, o debería decir nuestro caso puesto que viajábamos dos, realizamos la compra a través de rumbo y escogimos una combinación que implicaba un vuelo Madrid – Tokio vía París, con tres horas de margen, y una vuelta a través de Ámsterdam. El primero con Air France y el segundo con KLM. La noche anterior a la salida, repasando algunos detalles reparé en un detalle importante respecto al billete: el primer avión llegaba al aeropuerto de Orly en el norte de París pero el segundo vuelo partía del Charles de Gaulle, en el sur. Esto implicaba que teníamos hora y media para bordear la ciudad de París.

En principio no había problema: un autobús conecta ambos aeropuertos en 40 minutos por 18€ de los cuales nosotros estábamos exonerados por poseer un billete de avión (Air France dixit). Al ser aeropuertos diferentes y estar operado el primer vuelo por una compañía diferente de la que emitía el billete (Air Europa) se negaron a darnos la doble tarjeta de embarque así que el suspense estaba garantizado.

El avión salió con retraso pero consiguió recuperar el tiempo perdido durante el vuelo. Desde la ventanilla, antes de salir del mismo, vimos como se extraían todas las maletas excepto la mía. La larga espera de media hora hasta que salió, en último lugar, cuando ya la dábamos por perdida, elevó los niveles de tensión que alcanzaron cotas importantes en el autobús, cuando tuvimos que abonar el importe del billete ya que al conductor le importaba un pimiento que Air France hubiera dicho que era gratuito para nosotros. Y eso que se lo expliqué en francés. Supongo que sería un malentendido causado por mi mal acento.

Puesto que el vuelo era nocturno apenas pude disfrutar de la pantallita individual que permitía elegir entre diversos juegos, series, películas y demás oferta audiovisual ya que, una vez cenado, caí en los brazos de Morfeo que suavemente me depositaron a menos de dos horas de nuestro destino.

Un aeropuerto es un aeropuerto y, por mucho que sea enorme, el de Narita no te hace tomar conciencia aún de que estás en Japón hasta que no sales al exterior, a pesar de sus dimensiones. El autobús limusina que nos iba a trasladar a un hotel próximo al nuestro nos dio una primera pista de que las diferencias entre Oriente y Occidente son reales y tangibles. Dos empleados ordenaban la cola y etiquetaban las maletas para no perder un segundo una vez llegado el autobús y que este no saliera con retraso. Eso permitió que en sólo dos minutos estuviéramos todos sentados dentro, nuestras maletas en el maletero y el autobús en marcha en el preciso minuto en que estaba previsto. Así funcionan las cosas en Japón, con la precisión mecánica de un reloj, con múltiples piezas realizando su función en perfecta sincronía. El que inventó el concepto de “sinergia” es o era, sin duda, japonés.

Una vez que el autobús comienza su entrada en la ciudad, ya anochecido (todo un día sin ver el sol gracias al cambio horario y, a su vez, a que el sol japonés se despierta antes y se va a la cama temprano, incluso en verano), te das cuenta de que lo acertado de la primera secuencia de “Lost in translation”: Bill Murray dormitando en el taxi, despertado por la luz de los neones saliendo de un estado vegetativo, con los párpados abiertos mucho más allá de lo que él mismo los creería capaces, dispuestos a recibir la mayor cantidad de imágenes posibles y transmitiendo la curiosidad y el asombro que producen en el receptor. El Jet Lag derrotado por la magnificencia de una URBE, de la megalópolis por excelencia.

Los primeros paseos por las calles de Tokio producen una impresión de caos absoluto y, sin embargo, es una impresión falsa puesto que se trata del orden perfecto, de la cuadratura del círculo. 127 millones de personas habitan Japón, tres cuartas partes de ellos en ciudades. El lector deducirá que estas hayan crecido en vertical hasta casi tocar el cielo así que Tokio es un ciudad alta, muy alta, un gigante de cemento y cristal que, además, se extiende hasta el infinito. Esta concentración de individuos en un espacio relativamente pequeño es quizá lo que les haya llevado a pensar que, o se organizan, o ahí no hay nadie que conviva. Si a ello le añadimos que los japoneses, por herencia cultural, son gente a la que les gusta seguir rutinas y guiarse por normas, pues han inventado unas que les permiten convivir en paz entre ellos, aunque algunas, a los extranjeros, nos resulten especialmente chocantes. La primera es que no se permite fumar caminando por la calle. Está permitido fumar en los bares y restaurantes pero, si quieres hacerlo en la calle, tendrás que hacerlo en zonas perfectamente delimitadas, normalmente en la salida de las estaciones.

Otra curiosidad que ofrece Tokio, compartida con el resto de grandes ciudades del país nipón, es que los bares, restaurantes, karaokes, cibercafés y demás negocios no se encuentran siempre a pie de calle. A menudo, desde la acera, sólo ves el cartel que lo anuncia pero están ubicados en un quinto piso, en un tercero, en un séptimo y, para acceder a ellos, tomas un ascensor que da directamente a la entrada del mismo lo que hace que, en muchas ocasiones, no puedas ver si hay gente o tomar la decisión de entrar o no; te ves obligado a hacerlo. Pero no importa porque lo normal es que la comida sea excelente a un precio asequible pese a que el local, en apariencia, dé la impresión de que la cartera va a sufrir una sacudida importante. Por supuesto hay excepciones a la norma pero ese es uno de los múltiples y gratos recuerdos que nos hemos llevado de Japón: una cocina extensa, variada, magnífica, desconocida (vete a saber que hemos comido en muchos sitios) y barata. Es muy fácil no repetir plato y difícil cansarse de ella. Enamora.


Entre tanta pared de cemento y cristal, extensas áreas verdes hacen de pulmones y permiten respirar a la ciudad, a sus habitantes y a los turistas. Además, en ocasiones, sirven de localización para el rodaje de algunas películas. La imaginación desbordante de algún director permitió al que firma estas líneas y a su pareja, que habían interrumpido una toma sin querer y sin percatarse, acabar participando en la película. Al principio como una simple figuración, de forma más activa y con una frase en inglés en segunda instancia, para acabar filmándola conmigo hablando en japonés tras dos horas de rodaje a pleno sol, con los 37º acompañados de un 90% de humedad cayendo sobre nosotros como una losa. Una gente magnífica nuestros compañeros de rodaje y una experiencia inolvidable la que constituyó la gran anécdota del viaje. Ya promocionaremos en este blog la película cuando se estrene, el año que viene.

En esas áreas verdes, uno se puede encontrar un templo centenario, varios grupos rockeros tocando buena música (en las pedanías de los parques puesto que está prohibido dentro), puestos en los que comprar comida que degustar mientras escuchas la música o un grupo de japoneses y japonesas “rockabillies” emulando a sus héroes de "Grease". En esas zonas, el perenne sonido de las chicharras compone una de las sintonías que nos habría de acompañar en este periplo nipón del que seguiremos hablando en futuras entregas.

Nota: Tokio supuso el principio y el final de nuestro viaje por lo que repartimos las visitas entre ambos periodos, aunque de forma desigual.

Tokio 1ª Parte:

8 Agosto: Salida Madrid, 18h
9 Agosto: Llegada Tokio, 20h. Salida nocturna por Roppongi
10 Agosto: Barrios de Shibuya, Yoyogi Park, Harajuku y Eibisu. Visita al Templo de Meiji-Jingu y al Museo de la Cerveza de Sapporo. Salida nocturna por Roppongi con visita a la Torre de Tokio.
11 Agosto: Lonja de Tsukiji, barrio de Ginza (incluido el rodaje), Palacio Imperial, Distrito Financiero, Torre Mori (incluido Museo y Acuario). Salida nocturna por Shibuya.
12 Agosto: Nikko (próximo post). Salida nocturna por Asakusa y visita al templo de Senso Ji.
13 Agosto: Barrios de UENO (parque, museos y mercadillo), Akihabara y Shinjuku (Este y Oeste).

Comentarios

Gonzalo Visedo ha dicho que…
Muy interesante esta primera parte, hace bien en dividirlo el relato. Oiga, ¿no recuerda el nombre del director? ¿exigió qu ele pagaran como figurante con frase? Porque no sé si sabe que los que sueltan frase, ya cobran más.

PD: Por cierto, si en sus viajes no hubiese tensión, o no le pasara algo, no sería usted.
Anónimo ha dicho que…
Espero que esta vez te llegue el comentario, y,además, que tengas tiempo de continuar el relato del viaje.Será una forma de saber algo más de ti y de tus andanzas.
Como todo lo que escribes lo haces muy requetebién.Es una lástima que no puedas dedicarle más tiempo a la tecla.Me parece que es una afición, y una capacidad, muy familiar.Puede decirse que"de casta le viene al galgo".Un gran beso.
Yago ha dicho que…
El director se llama Masafumi Kishikawa (tengo su tarjeta) y sí, soy consciente de que la frase vale su precio y, probablemente, el hacerlo en inglés y japonés sea más caro pero cobrar en yenes no merece la pena porque se pierde con el cambio y, qué coño, uno lo hizo por amor al (séptimo) arte.
Yago ha dicho que…
Me gustaría tener más tiempo para darle a la tecla pero, bueno, aunque no pueda escribir más hay mucho y bueno que leer, desde lo que escribe mi familia a lo que hacen amigos y los dos responsables de los comentarios de este post sois un perfecto ejemplo. Todo un reto el intentar hacer algo de parecido nivel.
Suzette ha dicho que…
Una crónica muy amena y didáctica. Mucho mejor que el Lonely Planet.
Besos

Entradas populares de este blog

El Espíritu de los Tiempos ¿Moda, Tendencia o Permanencia?

Nikko, el primer contacto con el Japón tradicional