El Abrazo de la Estrella
Hace más de 2 años, una chica regresaba a Madrid desde Dublín. A su lado, un tipo inglés con aspecto de tímido, el que refleja un largo flequillo de esos que tapan los ojos por completo y fuerzan al que lo lleva a separar los mechones con los dedos de forma constante pero que, a cambio, permiten eludir el siempre incómodo cruce de miradas. El británico resultó ser un tío simpático y agradable, tanto como para que, sin ningún esfuerzo por parte de ambos, la conversación fuera continuada a lo largo de todo el vuelo. En esa época, ella estaba redescubriendo a The Cure y flipaba con ellos en su IPOD. Precisamente, lo utilizó para mostrarle las canciones que tenían y, al preguntarle si también le gustaban él contestó “…bueno, conozco a Robert Smith… es que soy músico”.
Entre finales de los ochenta y finales de los noventa, una serie de bandas mancunianas conformaron una corriente musical característica, comúnmente conocida como “sonido Madchester(sic)”, que fue la precursora del brit pop que un sus inicios lideraron bandas como Oasis o Blur. Los efímeros pero enormemente trascendentes (por su influencia posterior) Stone Roses acapararon la escena en esos años y, a su sombra, crecieron otras bandas menos conocidas pero que, con el tiempo, consiguieron fama y reconocimiento. Hoy en día han alcanzado el estatus de legendarias. Es el caso de The Charlatans.
Su líder, Tim Burguess, era el compañero de viaje y asiento de la chica, rubia y de nombre Mónica, en ese día en que el resto de la banda también iba en el avión pues tocaban en Madrid al día siguiente. Bajaron juntos por la escalerilla felizmente antes de toparse con las típicas anécdotas que Iberia tiene a bien conceder a sus pasajeros con mucha frecuencia: la pérdida del equipaje. En este caso, agravada la cosa porque, entre los objetos perdidos, estaban las guitarras con las que pensaban tocar. Aprovechando que mi amiga es nativa de estos lares y, por tanto, habla la lengua de Cervantes, colaboró en la recuperación del instrumento. La banda, agradecida, le pidió el móvil insistiendo en que, como agradecimiento, querían invitarla a cenar.
Sorprendentemente, no fue una de esas buenas intenciones que vuelan arrastradas por el viento y los chicos cumplieron sirviéndose de uno de sus compañeros de sello discográfico (PIAS) que fue el que realizó la llamada en su nombre. Dos noches con ellos permitieron que entre el cantante y Mónica se iniciara una amistad. Posteriormente, la banda volvió a Madrid para tocar en el Metrorock con Mónica de testigo con su entrada gratuita cortesía del grupo.
El contacto prosiguió vía myspace hasta que, finalmente, el pasado día 5 de Febrero, en que tocaban en Madrid, quedaron en verse. Mi política en cuanto a conciertos consiste en que pocas cosas hay en las que merezca más la pena gastarse el dinero, teniendo en cuenta que me niego a pagar por el sexo, así que, mientras me guste el cantante o grupo o, al menos, sea de un estilo que pueda gustarme (descartemos cualquier cosa relacionada con Operación Triunfo y con el Rap), estaré ahí siempre que pueda y tenga con quién ir. Así que esa noche acompañé a mi amiga al concierto.
Al llegar me dijo que había hablado con el cantante y quedado en el bar donde se celebraba la fiesta oficial (Supersonic, Argüelles); el problema es que la llamada se hizo desde un número diferente al habitual y Mónica, en lugar de añadir el número, sustituyó el anterior por este lo que dificultó enormemente la comunicación posterior y añadió un poquito de suspense a la noche.
Mientras degustábamos nuestra primera cerveza, una jovencita, cuyo origen guiri o español no supe distinguir, se puso a bailar cerca nuestro y de un joven que la acompañaba esa noche. En un momento dado, el énfasis puesto en sus pasos de baile motivaron el que adiviné como un gran resbalón ya que noté en mi brazo unas garras hundidas hasta el alma gracias a lo cual consiguió evitar un hostión de proporciones considerables. La joven apenas se disculpó y no llegó ni a dar las gracias.

Posteriormente cerraron otro rincón, el que precede a lo servicios, con una mesita reservada para ellos y nos fuimos para allá. Cuando atravesábamos la pista en esa dirección con la banda y su séquito, noté una presión similar a la anterior en mi brazo y, al girarme, vi a la jovencita bailonga aferrada a mi brazo casi desesperadamente. Farfulló algo así como un “gracias por lo de antes” y tenía un brillo el mismo brillo en la mirada con el que algunos contemplamos a la gente que admiramos… Supongo que serán los efectos de la fama y el alcohol. En todo caso, esa supuesta admiración cesó cuando consiguió colarse en el reservado y entablar conversación con el guitarrista quien debe de ser un hombre de interesante plática y profunda huella a juzgar por la cara obnubilada de la joven una vez que éste se hubo marchado.
Fue, sin duda, una gran experiencia contemplar el aluvión de fans que intentaban colarse en la zona donde estábamos, muchos de los cuales lo consiguieron. El señor Tim Burguess, con infinita paciencia, interrumpía la conversación que mantenía con nosotros, especialmente con mi amiga, para levantarse, firmar entradas, hacerse fotos y dedicar una sonrisa a los fans. Dudo que fuera capaz de terminar la coca cola (al parecer, el hombre es ahora abstemio) que estaba bebiendo.
De nuevo, para el anecdotario queda el momento en el que, estando a solas mi amiga y yo en el rincón en uno de los momentos de ausencia del cantante, una de las chicas que estaba por la zona no hizo una foto, probablemente pensando que algo teníamos que ver con la banda.
En ese momento, para mi sorpresa, puesto que el rincón era pequeño y la ausencia de famosos o conocidos era total, apareció un cantante gallego, muy conocido en la escena indie y, probablemente, más allá de ella. Al hacerle notar a mi amiga mi indignación ante su desconocimiento del personaje, ni corta ni perezosa, se levantó a saludarle y se lo contó. Él, paciente también, se acercó amablemente hasta a mí para saludarme a la par que aprovechó para presentarse a mi amiga con un simple “soy Xoel”. Pese a que lo había escuchado de él por boca de algún paisano suyo que conozco, se mostró simpático, agradable, accesible y tuve la oportunidad de charlar con él y contarle la curiosa anécdota de cómo descubrí un disco que editó junto con un amigo suyo bajo un nombre diferente, gracias a la recomendación que uno de los empleados de la FNAC le hacía a un amigo suyo. El disco, “Las cosas que nadie debe ver”, de Lovely Luna, es otra prueba más de este genio coruñés, Xoel López, más conocido como Deluxe.
Algo después de las dos de la mañana llegó el momento de la despedida pues el grupo tocaba en Barcelona al día siguiente. El batería y el guitarrista, con los que algo habíamos charlado, se acercaron educadamente a despedirse de nosotros. La sorpresa fue cuando, al despedirnos del cantante, en lugar del clásico apretón de manos, éste me dio un fuerte abrazo. No es algo que tenga la mayor importancia e incluso puede que parezca infantil por mi parte pero, de alguna forma, aunque no es uno de mis ídolos, pese a saber que lo más probable es que no vuelva a cruzar palabra con él en mi vida, para una persona tan mitómana y melómana como yo, el abrazo de una estrella del rock supuso, sin lugar a dudas una emoción especial.
Sin embargo, no fue este el recuerdo más emocionante de la noche. Poder charlar con quien se ha convertido en uno de tus héroes musicales es casi un hito personal que pervivirá en la memoria. Poder contarle que compras todos sus discos o que le has visto varias veces en directo, con una cerveza en la mano y sin una multitud alrededor que agobie intentando hacer lo mismo, no tiene precio y será, sin duda, la imagen principal del recuerdo imborrable de una noche especial.
En ese momento, para mi sorpresa, puesto que el rincón era pequeño y la ausencia de famosos o conocidos era total, apareció un cantante gallego, muy conocido en la escena indie y, probablemente, más allá de ella. Al hacerle notar a mi amiga mi indignación ante su desconocimiento del personaje, ni corta ni perezosa, se levantó a saludarle y se lo contó. Él, paciente también, se acercó amablemente hasta a mí para saludarme a la par que aprovechó para presentarse a mi amiga con un simple “soy Xoel”. Pese a que lo había escuchado de él por boca de algún paisano suyo que conozco, se mostró simpático, agradable, accesible y tuve la oportunidad de charlar con él y contarle la curiosa anécdota de cómo descubrí un disco que editó junto con un amigo suyo bajo un nombre diferente, gracias a la recomendación que uno de los empleados de la FNAC le hacía a un amigo suyo. El disco, “Las cosas que nadie debe ver”, de Lovely Luna, es otra prueba más de este genio coruñés, Xoel López, más conocido como Deluxe.
Algo después de las dos de la mañana llegó el momento de la despedida pues el grupo tocaba en Barcelona al día siguiente. El batería y el guitarrista, con los que algo habíamos charlado, se acercaron educadamente a despedirse de nosotros. La sorpresa fue cuando, al despedirnos del cantante, en lugar del clásico apretón de manos, éste me dio un fuerte abrazo. No es algo que tenga la mayor importancia e incluso puede que parezca infantil por mi parte pero, de alguna forma, aunque no es uno de mis ídolos, pese a saber que lo más probable es que no vuelva a cruzar palabra con él en mi vida, para una persona tan mitómana y melómana como yo, el abrazo de una estrella del rock supuso, sin lugar a dudas una emoción especial.

Sin embargo, no fue este el recuerdo más emocionante de la noche. Poder charlar con quien se ha convertido en uno de tus héroes musicales es casi un hito personal que pervivirá en la memoria. Poder contarle que compras todos sus discos o que le has visto varias veces en directo, con una cerveza en la mano y sin una multitud alrededor que agobie intentando hacer lo mismo, no tiene precio y será, sin duda, la imagen principal del recuerdo imborrable de una noche especial.

Comentarios
Esta Mónica es un imán para los famosetes...
"Jo, qué noche!", cómo didía Scorsese.