Summercase




















Boadilla del Monte está lejos.

Pese a que los accesos son buenos, la organización del festival es manifiestamente mejorable. Para empezar, dos únicos puntos de agua en todo el recinto, con el mes de Julio en su apogeo, descargando el calor que lleva dentro con furia, se antojan muy escasos y lo último que le apetece a un asistente al festival, sometido ya de por si a una exigente prueba física que incluye emplear grandes dosis de paciencia y hacer cola para todo, es tener que esperar para poder beber agua de una fuente.
Además, un único punto de venta de comida es muy poco. Poniendo varios, tal y como se hace en el FIB, un festival con varios años de experiencia a sus espaldas, descargas de gente y reduces un poco la aglomeración.
Uno se pregunta si todos estos nuevos festivales que están surgiendo por todo el territorio español no son capaces de aprender de la experiencia ajena de los más veteranos.
Con todo, lo más negativo del Summercase es el terreno físico en el que asienta el recinto: un pedregal con mucha arena, que hace que pasemos dos días inhalando insalubre polvo en cantidades ingentes que colapsan las vías respiratorias y destrozan las plantas de los pies de gente que, además de pagar una cantidad importante de Euros, debe pasar muchas horas de pie y, en el caso de que, viviendo en Madrid, se haya optado por el transporte público y las lanzaderas puestas a su disposición por la organización, debe someterse a un traslado que puede llevar hasta las dos horas, el equivalente a alejarnos de Madrid 240 kilómetros…

Y llegamos a lo más positivo: los conciertos.

El Viernes, todavía de día, llegamos al final de lo que tenía pinta de haber sido un muy buen concierto. James, recientemente reunidos de nuevo, atacaban algunos de sus clásicos para cerrar su actuación. Una lástima no haberlo visto entero. Lo que pudo haber sido y no fue… por nuestro retraso.




La primera sorpresa del Festival la dio Jarvis Cocker en esta su primera gira sin su añorada banda Pulp. Como me temía, quiso reivindicar esta nueva etapa en solitario y no concedió ni un solo tema de su anterior grupo. Aún así, este émulo de Mesías, dio un recital con mayúsculas, lleno de fuerza y haciendo gala de un sonido y unas estructuras que recordaban a cuando formaba parte de un grupo que llegó a ser muy importante.

La noche continuó en compañía de otros clásicos que demostraron estar en plena forma: The Jesus & Mary Chain sonaban como un vinilo largo de The Cure subido de revoluciones. Son grandes y todavía les queda cuerda para rato.




Rejuvenecimos por unos minutos evocando el final de nuestra niñez y el principio de nuestra adolescencia de la mano de OMD. La pena es que, más allá de la nostalgia, más allá de la genialidad de sus hits (Enola Gay, Joan of Arc, etc.) su propuesta musical es pobre y ha quedado ya obsoleta, lo que resulta más que irónico en este periodo en que los ochenta están de moda. Deberían realizar nuevos arreglos que actualicen un poco sus canciones, sin perder su esencia, claro, que tienen que ser reconocibles.




Continuamos bailando al ritmo de los neoyorkinos de nombre difícilmente pronunciable (chk, chk ,chk), escrito “!!!”. Su base rítmica es poderosa y más propia de la música electrónica y, sin embargo, está formada sobre una estructura clara de rock permitiendo que llegue hasta los fans de una y otra corriente musical.




A continuación, pasamos por el escenario principal para averiguar de una vez por todas si los Kaiser Chiefs son realmente buenos o sólo una banda más surgida al rebufo de Franz Ferdinand. Lamentablemente, pudimos comprobar que están muy lejos de los divertidos escoceses: al igual que Maximo Park son sólo malos imitadores que venden humo y probablemente estén entre las cien mil mejores bandas del mundo. Aún así no podemos dejar de reconocer que a la gente les gusta. Será por algo.




Tras unos minutos, eternos, soportando los ritmos machacones de los Chemical Brothers fuimos a bailar a una carpa hasta que el cuerpo dio un aviso de querer algo de descanso. De vez en cuando uno le escucha y, recién emprendido el regreso a casa, nada hacía sospechar la que se venía encima: las lanzaderas del festival funcionaban rápido y bien pero éramos demasiados. Pasaron más de cincuenta minutos hasta que conseguimos entrar en una de ellas y veinte más, de pie, intentando permanecer despierto y no caer pese a las curvas y rotondas, hasta que llegamos a Colonia Jardín para coger el metro. Otros veinte minutos más hasta Tribunal y el grave error de no hacer un trasbordo para, en un cálculo fatal de las fuerzas restantes, salir del subterráneo y caminar por la superficie hasta casa, meta que alcanzaría casi dos horas después de haber tomado la salida. Apenas cien metros caminados las fuerzas flaquearon y la posibilidad de dormir en algún banco de la calle Fuencarral estuvo a punto de hacerse realidad. Vivir en un ático sin ascensor tampoco es lo más recomendable en esas circunstancias pero en otras ocasiones se agradece.




Pero no hay nada que unas horas de cama y sillón no reparen y las ocho y cuarto de la tarde del sábado estábamos de nuevo allí, justo cuando Editors, recién salidos al escenario, atacaban Munich. Los ingleses demostraron varias cosas mientras estuvieron sobre el escenario:




Son mucho más que un remedo de Interpol.




Serán una banda muy importante en los próximos años.




Su directo es fabuloso.




Aquellos de la organización que decidieron aplicar aquello de “lo breve si es bueno…” cometieron un terrible error. Tocaron menos de 40 minutos y fue demasiado poco para todos los que hicimos el esfuerzo de ir a verlos a una hora relativamente temprana. Revalidaron sin duda el triunfo cosechado en e FIB del pasado 2006, a una hora todavía más intempestiva, las seis de la tarde.




Como curiosidad, tras unos cuantos años de conciertos y festivales, ha sido la primera vez que tuve que ponerme gafas de sol para ver tocar a un grupo.




Tras un tiempo de descanso para realizar tareas de avituallamiento y alivio fisiológico asistimos al recital de una mujer de aspecto frágil y corazón de leona. El vigor se hizo mujer en PJ Harvey. Un portento de voz y su gran capacidad interpretativa permitieron transmitir un sinfín de emociones al público asistente con la sola ayuda de una guitarra eléctrica, un piano o un teclado, sin una banda detrás. Pura pasión detrás de un micrófono. El título cinematográfico “Melodía de seducción” tuvo que estar inspirado en ella. Si la sexualidad que exuda su música es reflejo de su personalidad, Nick Cave se lo tuvo que pasar muy bien durante el tiempo que estuvo con ella.




La banda de culto Flaming Lips demostraron que el suyo era algo más que un concierto de transición. Lástima que su música sea difícil de asimilar y no sea comprensible para todo el mundo porque la entrega que hacen en directo, la imaginación desbordada de su puesta en escena y la originalidad de su propuesta, hacen de sus conciertos una experiencia de pura diversión.




Y llegó el gran momento: los esperadísimos canadienses Arcade Fire hicieron su debut en Madrid y no defraudaron. Sobre un escenario decorado a base de luces de neón, incluidos los tirantes del batería, consiguieron poner la piel de gallina a todos los presentes. Fue, sin duda, el gran concierto del festival. David Bowie, que afirmara en su momento que son “la mejor banda del mundo” habría estado muy orgulloso de la exhibición de potencia de la que hicieron gala estos músicos de lujo. Saltamos, vibramos y alucinamos con el encadenamiento de los dos temas que precedieron a la pausa previa a los bises.




Seguimos esperando la vuelta de Radiohead pero, mientras tanto, algunas bandas amenazan con llegar a ser tan grandes como ellos.

Y le dimos a Bloc Party una segunda oportunidad tras el fiasco de su actuación en La Riviera, en el mes de mayo. En aquella ocasión resultó difícil precisar en qué momento comenzó el concierto, si es que llegó a hacerlo. Fue como ver a un grupo tras una ventana cerrada. Su actuación del Summercase demostró que pueden hacerlo mejor, que pueden abrir esa ventana y transmitir. Por un momento, con el cantante literalmente sujeto por el público tras saltar del escenario, pareció que había comunicación, que habían salido de su casa y estaban tocando en el porche. Si alguna vez son capaces de trasladar ese ejercicio de comunión con el público a la forma en que tocan en directo, conseguirán que esas grandes canciones que grabaron con láser en el CD, nos penetren por debajo de la piel y disfrutemos de lo que debe ser una actuación en vivo. Lo que vimos en Boadilla puede haber sido un primer paso en la dirección correcta. Quizá tengan una tercera oportunidad.

LCD Soundsystem son muy buenos y consiguen hacernos mover el esqueleto pero no lo hicieron en las condiciones idóneas por culpa de un sonido deficiente. James Murphy, ese genio de la producción y las remezclas, nuevo profeta de la música de baile, demostró, por el contrario, que el micrófono no es su fuerte.

Scissor Sisters son un grupo de baile, pretendidamente divertido y completamente prescindible.

El cierre y fin de fiesta lo pusieron 2Many Djs y sus explosivas mezclas de baile.

Menos gente para coger el autobús permitió reducir el tiempo de viaje a la mitad que en el día anterior y llegar así a casa con un mejor sabor de boca (a pesar del polvo tragado) y pensar tan sólo en el buen recuerdo dejado por las actuaciones musicales.

Me pregunto qué tiene este arte para conseguir convertir una tortura física en una experiencia placentera. Los melómanos probablemente somos unos masoquistas porque la música seguramente nació de un alma torturada.



Comentarios

Pablo Gonzalo ha dicho que…
¿Y Bisbal no tocaba? Vaya mierda de festival!!

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