El río que quería llegar a Portugal

Desde mi nacimiento, en un hermoso paraje verde de un tono vivo, luminoso, hermoso, que combina con el gris de las nubes que suelen cubrirlo y que frecuentemente lo alimentan y riegan con el fruto de sus entrañas, he estado viajando toda mi vida, a menudo en soledad ya que, desde muy pequeño, la fuerza de mi destino me aleja de mi madre, Meira. No obstante, he sido afortunado pues mi viaje me ha llevado por hermosas tierras, valles profundos y largos, rodeado de frondosos bosques. De vez en cuando, otras nubes distintas a las habituales se acercan a mi beira; éstas no son vapores de agua sino grupos de pequeños seres diminutos, celosos y agresivos con aquellos que se acercan a mí. Son mosquitos o, en palabras de Cela, “navegantes, que llevan un guerrero escondido en el corazón”. Y en el corazón de Orense encontré a alguien con quien llenar el vacío que tenía el mío: encontré a Sil, mi adorada esposa, quien por mí renunció a todo, incluido su nombre, siendo ambos desde entonces uno solo...