El río que quería llegar a Portugal


Desde mi nacimiento, en un hermoso paraje verde de un tono vivo, luminoso, hermoso, que combina con el gris de las nubes que suelen cubrirlo y que frecuentemente lo alimentan y riegan con el fruto de sus entrañas, he estado viajando toda mi vida, a menudo en soledad ya que, desde muy pequeño, la fuerza de mi destino me aleja de mi madre, Meira.

No obstante, he sido afortunado pues mi viaje me ha llevado por hermosas tierras, valles profundos y largos, rodeado de frondosos bosques. De vez en cuando, otras nubes distintas a las habituales se acercan a mi beira; éstas no son vapores de agua sino grupos de pequeños seres diminutos, celosos y agresivos con aquellos que se acercan a mí. Son mosquitos o, en palabras de Cela, “navegantes, que llevan un guerrero escondido en el corazón”. Y en el corazón de Orense encontré a alguien con quien llenar el vacío que tenía el mío: encontré a Sil, mi adorada esposa, quien por mí renunció a todo, incluido su nombre, siendo ambos desde entonces uno solo, recorriendo un solo camino y con un solo destino

- Me tienes que llevar a Portugal
- ¿Portugal?
- Es la tierra del sur, hermana de la nuestra.
- Vayamos hacia el sur, pues

Pero el cauce, nuestro guía, tenía otros planes para nosotros y nos fue desviando poco a poco hacia el oeste; al principio de una forma sutil, disimulada, pero que tornó violenta una vez que nos dimos cuenta y comenzamos a hacer fuerza, intentado desviar al cauce hacia la tierra portuguesa. De esta forma, entre el cauce y nosotros trazamos una diagonal que unas veces nos acercaba a nuestra meta y otras nos alejaba de ella.

Y así, continuamos esta batalla cuyo final, nuestra victoria, creímos cerca cuando avistamos la frontera y nos dispusimos a cruzarla. Entonces, ésta, seducida por el cauce, cayó en sus brazos y de su unión nació un guerrero fuerte como el roble y veloz como el rayo al que sólo la fuerza de nuestros corazones, alentados por el creciente deseo de conseguir nuestro objetivo ahora que estábamos tan cerca de él, consiguió hacer frente igualando el combate hasta que el océano, más grande que ninguno, entró en escena para poner paz. Majestuoso, se alzó ante nosotros y nos llamó a su presencia al cauce y a mí.

- Tú, río vanidoso, me has traicionado. Tu destino era venir a mí y has osado rebelarte contra él.

Quería responderle mas, al hablar, las aguas se hacían más turbulentas produciendo un ruido ensordecedor que ahogaba mis palabras.

- Y tú, cauce, me has fallado. Tenías que haberme traído al río hasta una zona más al norte.

También el cauce quiso en vano responderle.

- Merecéis ambos un castigo. Tendréis que repetir este camino, una y otra vez, durante toda la eternidad.

Pero el castigo no es tan duro como creímos pues en cada viaje me encuentro de nuevo con Sil y el cauce con la frontera, y es como enamorarse de nuevo una y otra vez. Aún así, en una de mis llegadas al mar, sin poder evitarlo grité

- ¡Quiero ser libre!

Y de sus profundices surgió de nuevo esa voz grave, autoritaria y poderosa

- ¡NO, eres MIÑO!


Febrero 2004,

Escrito para la extinta PENDASCO en su número dedicado a Portugal.

En su lugar fue publicado mi cuento "JUNIO EN PORTUGAL".

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