La Carretilla

Nació hace 32 años en un barrio residencial de Dacca (Bangladesh). Su padre fue un buen jugador de cricket que llegó a jugar para la selección de su país. No eran ricos pero su posición era más que desahogada así que podía sentirse afortunado.

Desde pequeño fue un buen estudiante y se sentía atraído por la tecnología a pesar de que la mayoría de los aparatos sólo los conocía por los libros. Siempre repetía que quería ser inventor y su padre se reía.

En un país en el que dos tercios de la población se dedican a la agricultura, llegar a la universidad le hizo sentirse parte de una élite. El futuro estaba en sus manos.

Tras cinco años de duro esfuerzo, los padres, con lágrimas en los ojos de la emoción, vieron como su hijo se convertía en Ingeniero y conseguía un buen puesto de trabajo. Eran los comienzos del nuevo siglo y Shuman fue feliz durante unos años. Ahora soñaba con comprarse una casa, encontrar esposa y formar una familia.

A finales de 2008 la crisis llevaba sólo unos meses azotando y lo peor estaba por llegar. Pero Shuman seguía tranquilo, ajeno, pensando que era una cosa “de los países ricos”. Una mañana de finales de 2008 leyó en internet que un banquero americano de apellido judío había sido detenido por una estafa millonaria y pensó que muchos avariciosos habían tenido su merecido. No sabía que ese día iba a perder su trabajo. Nunca acertó a comprender las excusas que le dieron porque, hasta ese momento, pensaba que su empresa iba bien.

Un poco desconcertado pero confiando en que, con su formación y currículo, no tardaría en encontrar otro empleo, se fue para casa. Unos meses más tarde la pequeña empresa en la que había ido a parar cerraba para siempre sus puertas y Shuman se veía de nuevo en casa y sin trabajo. Aguantó así unos meses hasta que alguien un amigo le aconsejó que siguiera el ejemplo de su hermana y se fuera a probar suerte a Londres. Pero Inglaterra no le convencía y eligió España por alguna razón que seguramente me contó y ahora habré olvidado.


Tras un fugaz paso por Barcelona llegó a Madrid a principios de verano del pasado año. Una pareja de amigos residentes en Lavapiés le acogieron y le dejaron una habitación. El dueño de un restaurante hindú de Huertas le contrató (es un decir) para repartir publicidad así que ahí le conocí, en la esquina de Echegaray con Carrera de San Jerónimo, en la puerta de una tienda de música donde, día tras día, tarde tras tarde, sonriente repartía publicidad. Pasando a diario con el coche o andando, pronto comenzó a reconocer mi cara así que nos saludábamos. A veces la conversación se alargaba con un “¿qué tal?” y poco más. Siempre sonriendo, siempre optimista (en apariencia).

Reconozco que a veces le evitaba; básicamente, cuando volvía de hacer alguna compra (ropa, CDs, libros o cualquier artículo de consumo) porque me sentía culpable. No quería restregarle lo bien que vivimos en una sociedad capitalista que a él le tenía en la calle.

Un día que acudíamos al cumpleaños de un amigo se acercó a hablar con nosotros y nos preguntó si sabíamos de algún trabajo. El suyo le obligaba a estar 10 horas en la calle por unos míseros 300€ al mes. Confesó que estaba deprimido y no era para menos. A partir de entonces nuestros encuentros fueron diferentes. A veces deseaba que no estuviera en la calle cuando pasara por allí. No podía hacer nada por él más que prometerle estar atento y contarle cualquier cosa de la que me enterara pero poco más; y me sentía fatal.

Nos llegó preguntar si teníamos alguna amiga o algún amigo con el que casarse para, al menos, tener los papeles en regla. También se ofreció a limpiar casas; de hecho, fue algo que llegamos a plantearnos pero a mí me daba apuro que viera la tele de 40”, el equipo de 5.1, los mil CDs, los mil libros, las mil películas y las mil series que tenemos en el salón. Me daba apuro que viera la casa con ese pasillo inmenso. Me daba apuro que pensara que somos ricos o unos burgueses. Me daba apuro ver su cara dentro de mi casa y darme cuenta de que mis problemas con el estrés del trabajo son muy relativos cuando tu lucha es por tener un techo y un bocado de pan que llevarte a la boca. Supongo que, como el molinero de “El Amigo Fiel” de Wilde me agarraba a cualquier excusa.
A principios de Diciembre anunció que tiraba la toalla española y en unos días se marcharía a Londres con su hermana a probar suerte allí.

Creo sinceramente que no fue por aliviar nuestra conciencia sino por intentar que se llevara, al menos, un recuerdo bueno de nuestro país, nuestra ciudad, de nosotros pero el caso es que le compramos un regalo de Navidad. Tarde. Ese día fue el último en que le vimos. La carretilla del molinero estuvo quince días en el pasillo de casa hurgando en la herida, removiendo nuestra conciencia machaconamente hasta que ayer fui a que me devolvieran el dinero.

Nos sentimos fatal y pensamos mucho en él, en todas las veces que pensamos en invitarle a cenar a o una cerveza (sin saber si bebía o no) y no lo hicimos. Pensamos en él con la misma frustración e impotencia en que pensamos en amigos nuestros que por culpa de esta maldita crisis no consiguen trabajo pero con la sensación de que pudimos haber hecho algo más.

Ahora hay otro inmigrante en la misma esquina pero, por ahora, no nos saludamos.




Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy bien, hombre. Has aprendido a escribir.
Marisu ha dicho que…
Escribir... ya habías más que demostrado que sabes.Pero tener esa sensibilidad es tan poco común que pueda que choque.Sin embargo forma parte de lo mejor de ti, lo que te diferencia de tanta frivolidad e individualismo.
Es un texto tan sincero que nos remueve las conciencias.Es un texto necesario porque todos y todas las tenemos adormecidas.Aunque a veces es un refugio ante la impotencia.
Sigue siendo siempre tú.
Gonzalo Visedo ha dicho que…
Y tú has aprendido a deletrear tu nombre: soplapollas anónimo sin cojones para decir algo coherente y firmarlo... uf, qué nombre más largo para deletrearlo, tiene mérito.
Muy bien Yago. Has puesto el acento con maestría donde debe ponerse.Sensible, coherente, honesto, leal ... Tanto que aprender de tí... Gracias por ser el azote de nuestras conciencias de seres acomodados que no sabemos poner en su justo orden la realidad de los problemas.
Yago ha dicho que…
No pretendo ser el azote de la conciencia de nadie o, al menos, no era la intención al contar esta historia.

Es tan sólo un reflejo de la sociedad de hoy, de la situación actual y, sobre todo, es una experiencia personal que necesitaba contar. Confío, eso sí, en que haga pensar.

El Sr. Anónimo supongo que me conoce y sólo pretendía soltar una gracia pero, claro, teniendo en cuenta el contenido del post quizá sea, como mínimo, inoportuna. El no atreverse a firmar tiene como consecuencia llevarse bufidos como el de Gonzo (gracias, por cierto). Confío en que el texto inspire algo más que un chiste.

Entradas populares de este blog

El Espíritu de los Tiempos ¿Moda, Tendencia o Permanencia?

Nikko, el primer contacto con el Japón tradicional